Con seguridad podemos afirmar que no ha existido ni una sola civilización que haya prescindido de la música. A través de los tiempos la música ha estado unida al disfrute y bienestar humano, su empleo se ha vinculado con la realización de múltiples actividades, asociada desde un principio de manera indispensable a los rituales religiosos, mágicos y profanos.
La música se ha utilizado también para el acompañamiento de ceremoniales y actos patrióticos, militares, fúnebres, etc. para promover, exaltar o canalizar determinados sentimientos y emociones. De esta forma acompaña a los individuos, desde el nacimiento hasta la muerte, en sus ocios, faenas laborales, conflictos, en fin, en aquellos acontecimientos más importantes de la vida en los que matiza y canaliza sus alegrías y tristezas, sus conflictos y pasiones...
Ya los antiguos conocían del valor y propiedades de la música para promover la salud y el bienestar humano y aprovechaban sus efectos “sanadores”. La música, y también la danza, ocupaban un lugar principal en los distintos ceremoniales y rituales de curación. En los papiros médicos egipcios del año 1500 A.C., se menciona la utilización de la música para estimular la fertilidad en las mujeres; la Biblia nos habla de cómo David la utilizaba para modificar el estado anímico del rey Saúl y sacarlo de su depresión; Aristóteles reconocía su valor benéfico y Platón la recomendaba, conjuntamente con la danza, para la eliminación de fobias y temores. No se dudaba, igualmente, en recomendar la música como factor preventivo para la ira, las penas y las preocupaciones.
La importancia de la música para el bienestar y desarrollo humano, queda claramente expresado en las siguientes reflexiones de G. Agudelo:
“La música es una experiencia que propicia la creatividad, refina la sensibilidad, fortalece el desarrollo intelectual y culmina con el enriquecimiento global de la personalidad del individuo al conformar un ser humano más armonioso en su totalidad. Por ello es de vital importancia concederle al ser humano este derecho desde la primera etapa de la niñez, ya que es en esa fase de la vida cuando el educando adquiere las principales vivencias que aprenderá, asimilará, procesará, repetirá, aplicará y perfeccionará en el campo de sus experiencias personales que más tarde determinarán su desarrollo y conducta emocional, dentro y frente a la sociedad.”.
Las investigaciones más recientes han mostrado que la música, al actuar sobre el sistema nervioso central, favorece la producción de endorfinas, dopamina, acetilcolina y de oxitocina. De las endorfinas se conoce que motivan y elevan las energías para enfrentar los retos de la vida ya que producen alegría y optimismo; disminuyen el dolor y contribuyen a estimular las vivencias de bienestar y de satisfacción existencial.
En apoyo a lo anterior, citamos los hallazgos realizados en un centro de investigación de California, señalado por G. Agudelo y que reza así:
“En el Centro de Investigación de la Adicción de Stanford (California), el científico Abraham Goldstein comprobó que la mitad de las personas estudiadas experimentaban euforia mientras escuchaban música. Las sustancias químicas sanadoras generadas por la alegría y riqueza emocional de la música capacitan al cuerpo para producir sus propios anestésicos y mejorar la actividad inmunitaria. Formuló la teoría de que las “emociones musicales”, es decir, la euforia que produce escuchar cierta música era la consecuencia de la liberación de endorfinas por la glándula pituitaria, como respuesta a la actividad eléctrica que se propaga en una región del cerebro conectada con los centros de control de los sistemas límbico y autónomo.
Estos y otros beneficios de la música se apoyan en sus propiedades, muchas de las cuales han sido objeto de numerosos estudios e investigaciones; así tenemos que algunos de sus elementos como la armonía, la melodía, el ritmo, el volumen o intensidad, la altura o tono y el timbre, ejercen determinadas influencias sobre los sujetos.
La melodía influye directamente sobre el ámbito de la afectividad, se relaciona con estados subjetivos de placer-displacer, alegría-tristeza.
El ritmo, en su condición de elemento dinámico, actúa como un estimulante del estado físico y anímico.
La armonía, cuando es disonante, provoca estados de ansiedad, inquietud o agitación; por el contrario, cuando es consonante, se relaciona con estados de serenidad, equilibrio, estabilidad y reposo.
El timbre o tono, provoca respuestas emocionales diversas de acuerdo con la naturaleza del instrumento; así los de cobre excitan, los de viento impulsan, las cuerdas sedan y los membranófonos calman.
La altura, cuyo equivalente subjetivo es el tono, cuando es alto provoca un estado de cierta excitación o alegría; pero si es excesivo provoca molestias e irritabilidad.
La intensidad, cuando es débil provoca sensación de intimidad y expresa quietud y serenidad; cuando es alta puede provocar molestias psicológicas y físicas (dolor).
Otros efectos de la música han sido señalados, así Benenzon describe los siguientes:
- Según el ritmo se incrementa o disminuye la energía muscular.
- Acelera la respiración o altera su regularidad.
- Produce efectos marcados y variables en la presión sanguínea, el pulso y la función endocrina.
- Tiende a demorar la fatiga e incrementar el endurecimiento muscular.
- Aumenta la actividad como escribir a máquina.
- Puede provocar cambios en el trazado eléctrico del organismo, en el metabolismo y en la síntesis de variados procesos enzimáticos.
La American Academy of Child & Adolescent Psychiatry ha realizado un llamado de atención, en relación con lo anterior, en un artículo publicado en el año 2000, en Internet donde se plantea lo siguiente:
“Una de las preocupaciones de los que se interesan en el desarrollo y crecimiento de los adolescentes son los temas negativos y destructivos de algunos tipos de música rock y de otras clases, incluidos los álbumes de mayor venta promovidos por algunas de las grandes compañías disqueras. Los siguientes temas problemáticos son prominentes:
- La promoción y exaltación del abuso de drogas y de las bebidas alcohólicas.
- Las representaciones y las palabras que presentan el suicidio como una “alternativa” o “solución”.
- La violencia gráfica.
- Los rituales en los conciertos.
- Las formas de sexo que enfatizan el control, el sadismo, el masoquismo, el incesto, a los niños que menosprecian a las mujeres y la violencia contra las mujeres.
Otras instituciones, con igual sentido preventivo, hacen un llamado a evitar el hábito de escuchar la música a elevados niveles sonoros, ya que se ha demostrado que provoca hipoacusia o disminución auditiva. El peligro del desarrollo de jóvenes generaciones de hipoacúsicos traería aparejado una serie de consecuencias, tanto para los sujetos individualmente como para la sociedad en su conjunto, entre las que se contarían: dificultades para el aprendizaje, para la comunicación oral, aislamiento y problemas laborales (ubicación).
Promover mediante una adecuada educación musical, un mejor empleo y disfrute de la música, es potenciar la misma como factor indiscutible de salud y bienestar social e individual.